La maldición de Sánchez, Ecce Homo

 

Vengarse de un muerto es un acto de cobardía.

Desenterrar a un muerto que hizo historia es histerismo y es impotencia

Napoleón Bonaparte (1769-1821)

 

Allá por 1517, cuando pidieron a Carlos I de España (V de Alemania), desenterrar a Lutero, padre del protestantismo y de la escisión de la Iglesia de Occidente, donde reposaban sus huesos en la Iglesia de Wittenberg. El monarca dijo la siguiente frase dejándola para la posteridad: “Ha encontrado su juez. Yo hago la guerra contra los vivos no contra los muertos”.

Por Pedro Pérez Blanes

La necrofilia antifascista es una moda que principió a raíz de la aplicación de la Ley de memoria histórica. Al paracer, no sólo consiste en cambiar de lugar y reposo huesos de dictadores y/o fascistas, sino también cambiar los nombres de las calles de las ciudades, allá donde gobiernan ediles de corte “progresista”.  Tal y como sucedió con la ya antológica manifestación de Dª Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, cuando quitó el nombre a una calle que se llamaba Almirante Cervera, cuyo nombre completo era Pascual Cervera y Topete, nacido en San Fernando en 1839 y muerto en Puerto real en 1909, héroe de la guerra de Cuba. Pues bien, la ínclita alcaldesa con sueldo superior a los 100.000 euros anuales, dijo textualmente referente al nuevo homenajeado con la calle Pepe Rubianes (el fallecido actor), que a éste le habría gustado que “su amado público se haya reunido para quitarle el nombre de esta calle a un ‘facha’ y ponérselo al querido Pepe Rubianes”.

            El fascismo estaba en el año de la muerte de este Almirante, lejos de aparecer. Pero claro, todo lo que tenga olor a militar se identifica con facha por la neoizquierda filolerda. Ignorando por ejemplo, heroicos militares que lejos estaban del concepto actual de fascista o facha. Recordando especialmente a dos. El General Torrijos, que murió fusilado por defender la Constitución de 1812, frente al absolutismo genocida de Fernando VII. O bien el militar José Arangurén Roldán. General de esa Guardia Civil tan vilipendiada en Cataluña. Guardia civil olvidado, que fue fiel a la República hasta el final de la Guerra y que propició que Cataluña fuera uno de los últimos bastiones del gobierno republicano y vía de escape para los refugiados hacia Francia al final de la guerra, al negarse unirse al levantamiento. Fue ejecutado por orden de Franco, fusilado el 22 de abril de 1939 sentado en una silla pues no se podía tener en pie.

La moda de juzgar hechos pasados, de calificar y juzgar a personajes de la historia, y hacerlo sus restos, es algo penoso, aunque Napoleón lo calificara de otro modo. Poner como prioridad la exhumación de lo que quede del cadáver de Franco a 44 años de su muerte, no sólo da valor y certeza a la frase de Napoleón, sino que manifiesta la falta de ideas y de proyecto de construcción de España como país.  Podrían indagar ya puestos, las posibilidades de exhumar a Fernando VII o a su padre Carlos IV del Escorial, ya que traicionaron a su propio país, entregándolo a Francia. Total, de 44 años a 180 tampoco van muchos, si lo comparamos con toda nuestra historia.

 

Necrofilias aparte, España clama para su progreso, un pacto de Estado por la Educación, para que no sea un arma política y un cambio contínuo de sistema educativo según el color del gobierno de turno con su Ley Orgánica identitaria electoral. Algo tan serio como nuestro sistema educativo debería estar blindado de esos vaivénes, pues ese interés público debe estar por encima de cualquier interés político. La certeza y garantía de una jubilación digna para aquellos que contribuyeron con su trabajo y esfuerzo a hacer de España un mejor país, garantizar su poder adquisitivo, que pasa necesariamente si se quiere sostener el actual sistema, por una protección de la familia a través de una política integral que garantice el fácil acceso a una vivienda digna y a un mínimo vital de subsistencia, que estimule la natalidad y el número de cotizantes futuros. Y así, un largísimo etc, de problemas pendientes que reclaman soluciones efectivas, y no fuegos de artificio y política de gestos vacíos de todo contenido, como la exhumación estrella, que por supuesto se hará en plena campaña electoral para intentar recabar ese voto que se conquista con el sensacionalismo y los titulares de prensa.

 

Pero se obvia que hay algo relato folklórico, un sentido mágico-popular que se le escapa al actual presidente; y es el de las maldiciones de los profanadores de tumbas. Más allá de mitos como los numerosos fallecidos que violaron el eterno descanso del joven faraón Tut Ank Amón; en cuya precámara de acceso a su tumba había escrito un grabado que indicaba que “la muerte vendrá con alas raudas a aquellos que osen perturbar la paz del rey”.  Sea como fuere, efectivamente en pocos años fallecieron la mayoría de los protagonistas que desenterraron y profanaron su tumba. Si es que puede considerarse profanación desde nuestro punto de vista actual, un trabajo arqueológico y unos restos de más de 3.500 años.

 

Lo que se le escapa a Sánchez, que apenas tenía tres años cuando falleció el dictador, es que tiene un hilo conductor, un run run, un leit motiv, un destino al parecer ligado con las reliquias estrella del Valle de los Caídos de su actual campaña electoral, y quizás de ahí su obsesión. Tanto Franco como el propio Sánchez, han sido jefes de gobierno sin ser elegidos en las Urnas. Efectivamente, Pedro Sánchez, sigue como presidente interino proveniente de una moción de censura, sin ser diputado electo (elegido por las urnas), y por tanto sin representación popular directa. Al igual que al dictador, aunque le pese.

 

¿Podría fraguarse la maldición por la cual al “profanar” los restos del dictador nuestro afamado y postmoderno presidente, nunca más sea elegido presidente del gobierno desde las urnas?. Algo parecido insinuó en formato maldición gitana el otro líder de la progresía y neoburguesía madrileña en el Congreso, D. Pablo Iglesias. “Usted no será Presidente de España nunca”.

 

Dejemos que ese halo de misterio sobrenatural sea perfumado por la incertidumbre de un futuro electoral imprevisible, junto al hastío de la ciudadanía que soporta una incompetencia superlativa, una actitud infantiloide, fatua e inmadura, de políticos que no vivieron aquellos difíciles años, y que han usurpado la legitimidad de los verdaderos protagonistas y testigos de aquella cruenta y nefasta contienda civil, que decidieron cerrarla para siempre por un nuevo futuro mejor en aquello que se llamó transición. Heridas que se quieren reabrir con propósitos electoralistas espurios y carentes de escrúpulos.

La maldición se cierne sobre Ecce Homo Sánchez, con la amenazante posibilidad, de que sea víctima de su propia y desmedida ambición.

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