Justicia para los muertos… para todos los muertos

Los muertos casi tanto como los vivos generan recuerdos. Son como las banderas, seres ya inertes que provocan en los vivos sentimientos positivos, negativos y, en muchos casos incluso neutros. En el caso de Francisco Franco pocos son los neutros. Más de 40 años después de su muerte, el genocida traidor al orden republicano sigue siendo recordado con desprecio y odio por una parte de la población que aún tiene en las cunetas a miles de víctimas del mayor asesino español del siglo XX. Aunque solo fuera por eso ya niego la mayor de mi amigo Pedro.

Por José Victoria

Un demócrata no debe mantenerse al margen del símbolo de tener un monumento destinado a glorificar la memoria de unos golpistas cuyas ambiciones personales les llevaron a provocar un genocidio que acabo con cientos de miles de españoles, masacrados como conejos, en feliz expresión de Camilo José Cela.

En memoria de aquellos era imprescindible sacar al dictador de su tumba sufragada con dinero de todos, no de sus fieles. Más aun cuando a pocos metros de sus restos permanecen apilados sin respetar su voluntad, o las de sus fieles, está los de miles de ciudadanos y ciudadanas asesinados por el dictador y sus secuaces.

El traslado de los restos del genocida traidor era una deuda histórica que tenía la democracia con quienes la defendieron hace casi 80 años contra el militar más felón de la historia de España. Bienvenida sea aunque muy tarde, demasiado tarde para muchos esta leve reparación histórica. Para mas tarde, aún sin fecha, está la recuperación del patrimonio que Franco y sus secuaces robaron a los españoles. Parte de este es el Pazo de Meiras. Pero hay mas mucho más.

Como diría Jodorowski “un símbolo no concede un mensaje preciso, actúa como un espejo que refleja el nivel de conciencia del buscador.” O como diría el insigne poeta y humorista, acido como no, Francisco de Quevedo “La justicia es una constante y perpetúa voluntad de dar a cada uno lo que le toca.”

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