Momentos

Definir o tratar de explicar el tiempo como concepto es una tarea que han afrontado
muchos sabios y filósofos desde San Agustín de Hipona en su obra confesiones, pasando por el
tratamiento desde un punto subjetivo por Immanuel Kant, hasta la visión objetiva como variable
física en el caso de Isaac Newton. Este escrito no va de conceptos de tiempo ni de mónadas de
Leibniz como pequeños fragmentos infinitesimales que fluyen de forma perpetua entre el espacio
y el movimiento. Pero sí elijo como punto de partida, una pequeña dialéctica de cita “conjunta”
(Unamuno ya había fallecido) entre un pensamiento de Unamuno sobre la temporalidad del alma,
y la contestación sobre esta observación por parte de el maestro José Luís Borges, al que
probablemente el Nobel de literatura le venía pequeño (como a Cervantes). “No quiero morirme,
no; no quiero, ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo
que me soy y me siento ser ahora y aquí, y por eso me tortura el problema de la duración de mi
alma, de la mía propia” (Unamuno). “Aquí ya no entiendo a Miguel de Unamuno; yo no quiero
seguir siendo Jorge Luis Borges, yo quiero ser otra persona. Espero que mi muerte sea total, espero
morir en cuerpo y alma” (respuesta de Borges).
Mi humilde percepción, es que somos en realidad coleccionistas de momentos. Nuestro
crédito, nuestro único y valioso patrimonio es el tiempo que nos dedicamos y gastamos con
aquellos que queremos y apreciamos. Unos (una gran mayoría), se ufanan por acumular bienes y
mejorar estatus como un fin en sí mismo, dejando transcurrir ese tiempo limitado, ese patrimonio
único e intransferible, e ir consumiéndolo como un cigarro cual yonqui enganchado a la nicotina. Y
otros, lo saborean viviendo el instante presente en su máxima expresión, sobre todo en Oriente,
respetando el Ser y priorizándolo sobre el Tener. Hay un magnífico libro que cayó por casualidad en mis manos hace muchos años “Tener y Ser” de Erich Fromm, altamente recomendable y que
principia con una anécdota muy interesante sobre este punto. Viene a decir, que el occidental si se
cruza con una hermosa rosa a la vereda de un camino, intentará poseerla para sí y cogerla, sin caer
en la cuenta que marchitará pronto y durará apenas unos días, sin embargo, el oriental (la visión
asiática), sabe que hay que dejarla estar, fluir en su propia esencia, observarla y apreciarla tal cual
es. El occidental tiende a poseer y llevarse los bienes y objetos para sí, y la visión oriental aprecia el ser en sí mismo dejando fluir, cultivando el desapego y desafección por las cosas materiales.
Los momentos han de saber elegirse como una buena comida, o una ropa cómoda, o la
buena música. Vivir buenos momentos útiles, que reporten densidad de aprendizaje y de saber
vivir, favorecen la salud a medio y largo plazo (no hace falta contrastarlo), ni acudir a manuales ni
tutoriales. En la era moderna de la esclavitud de la imagen, de los social media, del qué dirán, de
los opinólogos de saldo en programas basura de la TV; la contaminación y desperdicio de los
momentos es abrumadora. El ruido mediático, la hoguera de las vanidades, la exhibición del zasca
“ingenioso”, o del y tú más. Es el chascarrillo de la cuadrilla y comparsa del club de Monipodio, con
arrebatos cómicos del gran maestro Ibañez, de la picaresca, la corrupción y el latrocinio hispano.
Esos ejemplares morlacos del hierro de la ganadería rojiza, azulada, verde o parda, con rostro de
hormigón armado y alma pignorada en el averno (aquellos que tengan alguna), son los grandes
protagonistas del ocaso de la civilización occidental que ya comenzó.
Para afrontar toda esa contaminación que nos hace perder de forma irremediable el crédito
del valioso tiempo, podemos acogernos a la compañía de una mascota, más tipo objeto, que nace
de un parto de cabeza como Atenea con Zeus. Objeto que permanece operativo 24 horas al día 365
días al año y es fiel compañero. A mayor virtud, tampoco precisa recarga ni actualización de
sistema operativo, y es en sí mismo un corrector sintáctico y gramatical; me refiero al libro

impreso, ese extraño desconocido. Esa joya de la historia, desfasada en el mundo moderno, que se
convertirá probablemente en un extraño objeto de románticos lectores de antaño. No hay nada
como leer buenos libros, a ser posible redactados en épocas donde el corte y pega no era posible,
y donde los payasos de la farándula mediática que de 5 palabras sacan 7 sandeces, contratan a su
negrito para les escriba su “libro” aprovechando el tirón mediático y comercial. En realidad, el
contenido de estsos último, son unas palabritas impresas en volúmenes de tapa dura, escritos a
doble espacio y caracteres a 16, para que parezca que fluyen las ideas condensadas de
intelectualidad primatoide.
Leer buenos libros de aventura, leer clásicos como Stevenson, Julio Verne, o Herman Hesse.
De filosofía, de conocimiento. Novela negra, histórica, de humor, de Zen, de filosofía oriental,
místicos, etc, permite compartir unos momentos de intimidad con el propio ser impagables. Probar
a no encender el televisor en una semana, disfrutar del placer del ignorar el ruido mediático y la
abducción repetitiva que persigue mantener a la sociedad “moderna”, en permanente estado de
alerta y de terror pandémico, de amenaza de guerra nuclear, de catástrofe climática, de terrorismo,
o de cualquier otro cuento para no dormir, que genere rendimientos económicos a los
programadores sociales del comportamiento global, y sean fieles clientes, sobre todo los
estómagos agradecidos de aquellos que toman las decisiones de cargar al erario público las
millonadas y los dispendios de compras de acciones por el Estado (Naturgy), o o de supuestas y
efectivas “vacunas” del nuevo virus de la temporada Otoño invierno, que saque esa organización
privada llamada OMS, para promocionar el nuevo producto inoculador de las Big Pharma y hacer
caja. Cuando uno busca ese momento de paz, conectar con la esencia misma de la naturaleza y
abstraerse sin necesidad de entrenar para la iluminación budista (no hay que ser extremo), es
cuando uno se da cuenta de que durante todo este tiempo, ha formado parte de un inmenso circo
de almas perdidas, llenas de ambición, protagonismo y egoísmo a partes iguales, mezcladas con la
ignorancia osada que arruina y seguirá destruyendo tantas sociedades. Comunidades sólidas y
antiguas, que estaban basadas en la unidad esencial para su permanencia y solidez como la
argamasa de las mejores construcciones romanas, la Familia. La historia nos demuestra que un
Estado cuajadito de corrupción en todas sus instituciones y ramas, por muy poderoso y fuerte que
haya llegado a ser, su caída está próxima. Y qué mejor milenario ejemplo que el propio Imperio
Romano y su decadencia propiciada por la corrupción de sus fundamentos venidos con la
desaparición de la época dorada de su República, y del comienzo de la idolatría de los tiranos
(considerados dioses en vida, cuyas decisiones no eran discutidas por provenir de la divinidad).
Cuando uno se consigue abstraer de esa contaminación acústica, social y mediática, se da cuenta
que ya no está en la arena de la pista central, sino que es puro espectador de un inmenso
espectáculo circense, de pésimo arte, con actores que no saben interpretar, y que se les desdibuja
la mentira a los 5 segundos de observarlos. Estamos en una gigantesca quimera de democracia, en
el que cuando los intocables son investigados, se persigue a los jueces de Instrucción (el osado que
se atreve a abrir Diligencias Previas a un intocable) . Los herederos de Monipodio han sido elegidos
en el Parlamento Europeo. Pasaran años antes de que la gente sepa cual es la utilidad del
Parlamento Europeo y cuáles son sus funciones. Lo que sí se sabe, es que el lobby sionista (entre
otros muchos), se ha instalado en la zona euro, junto a otros colectivos de poder extra europeos, y
se está a la espera de decisiones vitales que llevarán consigo la más que probable destrucción de la
propia existencia de la Unión Europea. Por de pronto, está atentando contra sus principios
fundacionales al promover un estado de guerra en el centro de Europa, y esto no ha hecho más
que empezar.
España es una gran nación, como la es México y todas las naciones hermanas de hispano
América, pero desde poco antes del régimen de 1978, es una colonia más (como la mayoría de los

países de la UE) del mundo anglosajón y en particular de USA. Deciden por nosotros en qué se va
la mayor parte del Presupuesto Público y en qué endeudarnos todavía más; ahora toca armamento
y envíos a Ucrania, y aumento del Presupuesto Público para fines bélicos. Y los programas políticos
previos a las elecciones como el cuento de la buena pipa, se realizan para incumplirlos. Ante este
panorama, y de que estamos armándonos hasta los dientes para una guerra perdida desde que se
inició en Ucrania allá por 2014, y que pudo haber sido evitada pactando un territorio limítrofe con
la Federación Rusa no militar o neutro (ajeno a la OTAN), (aunque no gastamos ni un sólo euro en
enviar soldados de la ONU a la franja de Gaza, permaneciendo impasibles ante un Genocidio que
será consumado más pronto que tarde). Ante este panorama global como decía, y una agenda tan
exigente en materia de emisiones o salud “pandémica” (aunque la verdadera pandemia es la
corrupción institucional generada por una falta absoluta de principios y valores y por el mercadeo
de votos y listas), sólo nos quedan dos opciones. La acción por un verdadero cambio y
concienciación de la situación actual, del declive irredento de la humanidad; o morir de desidia
conformista. Eso sólo sería posible (lo de la concienciación), si tuviéramos sentido solidario de
comuna verdaderamente global, y de ser conscientes que los problemas en otras regiones del
mundo directa o indirectamente, nos afectan a todos nosotros. Pero cada cual mira su ombligo y su
problema más inmediato. Problemas silenciados por los grandes medios dedicados al faranduleo y
a la explotación del cotilleo de las tendencias de moda de la familia Real, de tal o cual youtuber,
influencer, o del último zasca o “escándalo” o acusación de tal o cual político. Todos,
absolutamente todos los representantes de partidos políticos mayoritarios, que cocinan en las
alturas las listas cerradas a golpe de dedocracia, se les llena la boca cuando están en la oposición
de problemas reales; pero, ni uno sólo, tiene una sola propuesta seria, estudiada y con equipos de
profesionales (el nepotismo y amiguismo es la regla de confección del cartel y lista electoral)
capaces de afrontar los graves y reales problemas de la sociedad española, y de la mayoría de
países de nuestro entorno. Descenso demográfico imparable, emigración de los jóvenes a otros
países y continentes, paro juvenil indecente, pérdida de poder adquisitivo galopante con una
inflación real de país tercermundista, inviabilidad del sistema de pensiones a largo plazo, o
aumento imparable de ideologías fascistas, directamente relacionadas con la pérdida irrecuperable
de confianza en las instituciones, al no funcionar éstas por la corrupción endémica que las
gangrena.
Al margen de esta realidad lacerante e incuestionable, tenemos en nuestro activo bellos
recuerdos, pues en el fondo somos coleccionistas de ellos. De hecho, cuanto más cercanos al fin de
los días, más cansinos y repetitivos en historias y anécdotas pretéritas nos volvemos, síntoma
inequívoco de vejez, esa bella enfermedad natural que pocos saben apreciar. De entre ese baúl de
los recuerdos propio, quisiera rescatar uno particular, allá en la recién estrenada veintena, un día
caluroso de junio del año 1988, un pequeño grupo de amigos y los dos guitarristas de mi grupo de
rock, fuimos a un concierto de una mítica banda (todavía hoy en activo) de la movida madrileña,
Los Secretos. Música pop rock que admirábamos tal como hoy. Fuimos muy temprano por la tarde
al auditorio al aire libre de Dos Hermanas (Sevilla). Allí estaban sonorizando y haciendo pruebas de
equipo el grupo al completo con los hermanos Urquijo. Y, al bajarse del escenario, les pedimos
autógrafos y departieron una larga charla de muchos minutos, dando consejos de temas varios, de
sus comienzos, de los problemas de la música en vivo, de la composición entre giras, conversación
de la que aprendimos muchas cosas; sin saber, que estábamos ante un hombre y líder, sencillo y
“vulgar” al bajarse del escenario, Enrique Urquijo. Son esos momentos coleccionables, que con el
paso del tiempo valoras como tesoros que nadie podrá arrebatar, y comprendiendo, que las
grandes personas, las de verdadero talento e irrepetible valor, son sencillas, honestas y humildes,
sin excepción; cualidades inexistentes en los salvapatrias electoralistas que emergen como conejos
a loor de la desesperación y la necesidad humana del tiempo que nos ha tocado vivir.

Por Pedro Pérez Blanes

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